( Todos los fin de semana comparto algo relacionado al genero del terror )
Desde <--> creepypastas
De camino allí, mientras viajábamos en auto, me ofrecieron beber algo diciendo que me iba a poner contento. No recuerdo exactamente qué pasó después, sólo puedo visualizar fragmentos muy aleatorios.
Cuando desperté estaba sentado en una silla destartalada, dentro de una pequeña edificación abandonada en medio de un bosque, totalmente destruida por el paso del tiempo. Mi cuerpo no respondía, pero todos mis sentidos y mi conciencia funcionaban perfectamente. Podía oler ese intenso hedor que residía en el lugar, podía ver las paredes manchadas de sangre, podía sentir cómo la droga que me habían dado me quemaba las entrañas.
Mis «amigos» me miraban y se sonreían entre ellos. Les pregunté varias veces qué pasaba o qué hacíamos ahí, pero no me contestaron. Finalmente, uno decidió comenzar con la acción y me dio un golpe en la boca con puño americano. Escupí sangre y dos de mis dientes frontales, pero no tuve tiempo para maldecir, pues ni bien levanté la cara, me quemaron la pupila izquierda con un cigarrillo.
¿Qué más me hicieron? Ah sí, ya lo recuerdo. También me golpearon con tubos de cañería y con cadenas, me cortaron con navajas, me quemaron por todo el cuerpo con hierros calentados al rojo en una hoguera improvisada con el parqué del piso, me despellejaron parte de la espalda, vertieron mercurio y sal en mis heridas, me azoaron con cintos y uno de ellos me arrancó mi meñique izquierdo y lo tiró al fuego. Realmente se estaban divirtiendo mucho, y se notaba.
Sus sonrisas eran tan grandes que parecía que en cualquier momento el límite de sus bocas se iba a rajar. Parecía importarles muy poco que llorara o que suplicara, tampoco parecía molestarles el gran charco de sangre a mi alrededor. Por un instante sentí que mi vida se apagaba, pero justo entonces, algo que llevaba mucho tiempo dormido, despertó dentro de mí. Era mi instinto de supervivencia, pero no venía solo, estaba recubierto por una gruesa capa de miedo, ansiedad e ira. Mis amigos extendieron mucho su diversión sobre mí.
Tanto que el efecto de la droga ya había desaparecido, al tiempo que habían decidido que era hora de jugar con el hacha. Todas esas emociones dentro de mí dispararon mi adrenalina hasta las nubes. Eso me permitió moverme lo suficientemente rápido como para evitar que me decapitaran, tomar un puñal que estaba tirado en el piso y abrirle el abdomen, de un extremo al otro, al más próximo de ellos. El corte fue rudimentario y poco limpio, pero lo necesario para que las tripas de mi amigo se regaran por el piso, mientras que él intentaba devolverlas desesperadamente y frenar el sangrado con sus manos.
Los otros dos intentaron matarme, uno con una tubería y el otro con el hacha, pero yo tenía dos cosas que me daban la ventaja. Un machete bien afilado, que casualmente estaba apoyado en la pared junto a mí, y una sonrisa mucho más grande que la de ellos. Tal como lo explico, mis amigos habían encontrado la suela de sus zapatos; nunca antes en mi vida me había sentido tan vivo como en ese momento, ellos accidentalmente habían despertado mis demonios. El dolor había desaparecido casi por completo, las venas de todo mi cuerpo estaban hinchadas y la adrenalina me permitía ver todo como en cámara lenta. Los que hayan jugado paint ball o practiquen deportes de contacto seguramente saben de lo que hablo.
Dejé caer el machete sobre la clavícula de mi amigo que sostenía el hacha y se lo enterré hasta el pectoral, rompiendo y cortando todo lo que hubiese en el medio. Mientras le daban espasmos de pánico, le arrebaté el hacha de las manos y le corté las piernas de un solo golpe al último de mis amigos. Para entonces, el hombre al que le abrí el estómago ya había muerto desangrado, pero los otros dos aún estaban vivos. Siempre había tenido curiosidad sobre el cuerpo humano… como por ejemplo, ¿de qué manera están acomodados los órganos exactamente?, o ¿qué pasaría si forzara las articulaciones hasta invertirlas? Aprendí mucho sobre anatomía esa noche, pero lo más dulce de todo fue regresarles cada golpe que dieron y deleitarme con los mismos gritos y llantos desgarradores que yo mismo, horas antes, había dejado salir de mi garganta.
Los jueces determinaron que, si bien mi forma de actuar fue rematadamente violenta, había sido producto del estrés del momento y que no estaba en mi sano juicio cuando lo hice. Tras un par de meces de tratamiento psicológico, me dieron el visto bueno y quedé totalmente libre de culpa y cargos. Me arreglaron los dientes y reemplazaron mi ojo destrozado por uno de vidrio.
Me ofrecieron una cirugía reconstructiva de todas las cicatrices, y hasta un meñique ortopédico, pero lo rechacé. No hice nada que me avergonzara como para tener que ocultarlo, además, cada vez que veía mis marcas en el espejo revivía esos hermosos momentos en los que experimenté la verdadera felicidad. Más temprano que tarde llegó el punto en el que no me bastaba sólo con fantasear, necesitaba volver a tener una vida entre mis manos, necesitaba volver a sentirme vivo. Sólo había un problema: todavía estaba demasiado cuerdo como para matar por matar, necesitaba gente que lo mereciera. Comencé a recurrir lugares de mala vida y cuando fichaba a un objetivo, podía pasar semanas enteras rastreándolo, buscado el momento adecuado.
La primera vez que maté lo hice de una manera muy apresurada e impulsiva, pero mi verdadero estilo es bastante metódico y cuidadosamente calculado. Incluso suelo ayunar cuando sé que voy a entrar en acción; el hambre activa mi instinto básico de caza, me hace sentir como un león midiendo a su presa. ¿Cómo mato? La verdad, depende de a quién mate y mi estado de ánimo. A veces es un disparo a traición por la espalda, justo en medio de la cabeza y sin dolor si la persona es simplemente mala. Me gusta el olor de la pólvora quemándose.
También amo las espadas, sobre todo las japonesas. Su filo es legendario y se lo tiene merecido. Es inexplicablemente asombroso… poder partir a una persona por la mitad con un solo movimiento de muñeca. Si la persona era alguien que disfrutaba el sufrimiento de las demás, un veneno muy ponzoñoso y doloroso es lo indicado. Es divertido verlos arrastrarse por sus miserables vidas como los gusanos que son mientras van vomitando sangre y ensuciando sus pantalones en el trayecto.
También es factible usar mis propias manos con ellos, es mi forma de matar favorita. Me resulta hermoso escuchar cómo truenan los huesos del cuello cuando se rompen y dislocan. También me gusta mucho estrangular, ya sea por adelante con ambas manos o por la espalda usando un brazo como una pinza.
Para lo peor de lo peor, para la gente que disfruta hacer lo que me hicieron mis amigos, tengo algo muy especial reservado. Con ellos me gusta jugar al doctor. Los llevo a mi casa y los ato a una cama de operaciones que improvisé en mi sótano. Puedo jugar durante horas con ellos, removiendo órganos no vitales y trozos de carne, antes de que mi paciente muera desangrado. Y cuando está por morir, lo decapito lentamente con un bisturí, cortando músculo a músculo y nervio a nervio, dejando la vena yugular y las arterias carótidas para el final. Así me aseguro de que esté vivo casi hasta el final. Lo mejor de todo es que, a diferencia de mucha gente, logro vivir de mi pasión.
Si alguien quiere muerto a una persona, esa persona es mala para ese alguien, y es toda la justificación que necesito. A fin de cuentas, tarde o temprano alguien me contratará para matar a ese alguien; ya ha pasado, y volverá a pasar.
¿Quieres que mate a alguien? Si puedes pagarlo, sólo búscame, no soy difícil de encontrar, mucho menos si eres un internauta de la Deep Web. Únicamente acepto efectivo o BitCoins.
Fuente y Credito a creepypastas.com
Comentarios
Publicar un comentario