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El 10 de enero de 2013, mientras dormíamos, Apophis se acercaba sigilosamente a la Tierra. Se acercaba es un decir: el asteroide, de unos 325 metros de diámetro, se situaba ese día a algo más de 14 millones de kilómetros de nuestro planeta. ¿Por qué, desde su descubrimiento en 2004, Apophis ha atraído la atención de científicos de todo el mundo? En los últimos años, astrónomos, físicos y matemáticos han seguido su trayectoria y han calculado una y otra vez la probabilidad de que, si no desvía el rumbo, llegue a colisionar con la Tierra.
Vamos a contar la historia desde el principio. El 23 de diciembre de 2004, el programa de la NASA dedicado a los asteroides peligrosos se puso alerta. Sus miembros anunciaron que ‘99942 Apophis’ –ese es su nombre completo– había alcanzado el nivel 2 de la Escala de Turín, un método que sirve para clasificar el peligro de impacto asociado a los denominados ‘objetos cercanos a la Tierra’ (Near Earth Obsjects, NEO). La escala usa valores de 0 a 10 ante una eventual colisión combinando la probabilidad estadística y la energía cinética.
Si un objeto es clasificado con el número 0, su posibilidad de chocar es casi nula, mientras que el 10 indicaría un impacto seguro, con efectos a gran escala e incluso la destrucción total de la Tierra. Posteriormente Apophis llegó a ser catalogado con el nivel 4, el valor más alto conseguido por un asteroide. Diferentes mediciones indicaron una probabilidad relativamente alta de colisión para el 13 de abril de 2029, día en que su trayectoria se aproximaría más a nosotros.
Afortunadamente, nuevas observaciones mejoraron el cálculo de su órbita. Al ser desviado por la atracción gravitacional de la Tierra, las posibilidades de colisión disminuirían drásticamente. El asteroide volvió a situarse en el nivel 1 de la escala y en 2006 recuperó el nivel 0. Pero la amenaza de Apophis sigue latente. Científicos de la Agencia Espacial Europea aseguraron en 2013 que el asteroide no chocará con la Tierra en 2029, pero pasará a unos 36.000 kilómetros de la superficie terrestre, más cerca incluso que la altura a la que orbitan los satélites geoestacionarios, que sí correrían peligro.
¿Y después? La siguiente aproximación del asteroide tendrá lugar en 2036, pero los cálculos son todavía imprecisos. La comunidad científica tendrá que seguir la pista a Apophis los próximos años. Si el peligro de colisión aumenta, el reto será desarrollar soluciones para desviar su trayectoria.
Para Manuel de León, director del Instituto de Ciencias Matemáticas –adscrito al CSIC–, la conclusión de esta historia es evidente. Desde que la vida se inició en la Tierra ha habido cinco o seis extinciones masivas. Alguna de ellas, como la que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años, fue muy probablemente causada por el impacto de un gran asteroide. Así que conocer las órbitas de los NEO es de gran relevancia. Si no queremos arriesgarnos a desaparecer en otra extinción masiva, tenemos que conocer las reglas que rigen los movimientos de los astros. Y para eso, como dice León en su libro La geometría del Universo (CSIC-Catarata), necesitamos muchas matemáticas.
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