La leucemia mieloide crónica es muchas veces diagnosticada en su fase asintomática

Realizarse exámenes de laboratorio de forma preventiva, chequeos pre empleos o análisis antes de ir de vacaciones en el trabajo representa -en algunas oportunidades- el primer paso en el diagnóstico de la leucemia mieloide crónica (LMC). Esta patología es un tipo de cáncer que afecta a la sangre y a la médula ósea -tejido que se encuentra en el interior de los huesos largos, en el que se producen todas las células sanguíneas-.


La doctora Osiris Da Costa, hematóloga del Banco Municipal de Sangre del Distrito Capital, explica que cuando un paciente tiene los glóbulos blancos elevados por encima de 10.000 x mm3, y no presenta signos de infección, se encienden las alarmas de los médicos, en especial de los hematólogos. “Si además la persona no toma esteroides, no tiene otra causa de leucocitosis (glóbulos blancos elevados), y el tipo de células predominante son los mieloides (tipo de glóbulo blanco), entonces debemos sospechar que padece esta enfermedad y hay que empezar a realizar una serie de exámenes”.

 En los pacientes con LMC se produce una mutación en las células madre que hace que se transformen en células de la leucemia; éstas crecen sin control y no mueren, como sí lo hacen las células normales. El crecimiento descontrolado de las células de la leucemia genera que no se desarrollen cantidades adecuadas de glóbulos rojos, de plaquetas y de algunos tipos de glóbulos blancos. De hecho, en la mayoría de las personas con LMC se producen muchos glóbulos blancos, lo que predispone a otras complicaciones como trombos. La doctora explica que en esta enfermedad “los cromosomas 9 y 22 de las células se rompen, generando un intercambio de material genético conocido como oncogén BCR-ABL, también llamado cromosoma Philadelphia. Esta proteína presenta un incremento de la actividad de la enzima tirosina quinasa, esencial para la transformación maligna y la proliferación de estas células”. Aunque se puede presentar en diferentes grupos de edad, la leucemia mieloide crónica, es más común entre los 40 y 50 años de vida y la frecuencia es igual en hombres y mujeres.

Esta enfermedad tiene tres fases: crónica, acelerada y blástica. La doctora Da Costa explica que el paso de una fase a otra no es predecible y en ocasiones el paciente puede pasar de la fase crónica a la blástica en forma rápida. En el 95% de las personas el diagnostico de LMC se hace en la fase crónica, de los cuales una cuarta parte no tiene ningún síntoma y -como se explicó anteriormente- la enfermedad se detecta en un examen médico de rutina.



 Esta etapa se caracteriza porque el porcentaje de células inmaduras (denominados blastos), de la leucemia, en la sangre y la médula ósea es menor al 5%. La acelerada es la fase intermedia, que representa la transición entre la fase crónica y la blástica (es decir, hacia una enfermedad más agresiva). El porcentaje de células inmaduras de la leucemia en la sangre y la médula ósea está entre el 5% y el 20%, por lo que las células presentan más mutaciones y crecen más rápido. Esto a su vez genera el aumento del tamaño del bazo y mayor anemia. En la fase blástica –la más avanzada- el porcentaje de células inmaduras de la leucemia es mayor al 30%. El paciente presenta síntomas severos de anemia, fiebre, sangrado o infecciones y malestar general. En ocasiones el tamaño del bazo alcanza a ocupar gran parte del abdomen. Por las complicaciones que se presentan, esta fase se asocia con un gran riesgo de muerte.

  No se cura, pero se controla 
La doctora Da Costa asegura que el tratamiento de la leucemia mieloide crónica consiste en disminuir la cuenta de glóbulos blancos para evitar otras complicaciones. “Posteriormente se debe estabilizar al paciente y luego iniciar tratamiento específico con drogas moderna -conocidas como inhibidores de quinasas de tirosina- que atacan a la proteína BCR-ABL sin afectar a otras células”. La galena aclara que “todos estos tratamientos son altamente efectivos para el control de la enfermedad, aunque no la curen”. Entre los tratamientos para combatir la LMC se encuentran terapias farmacológicas como el imatinib, disponible desde el 2001, y nilotinib -usada principalmente en recaídas-. La especialista asegura que lo más importante con estas drogas es que los pacientes tienen que estar conscientes que deben recibir el tratamiento a diario por tiempo indefinido, de lo contrario puede recaer y la enfermedad tiende a progresar. También explica que los medicamentos pueden producir ciertos efectos colaterales y toxicidad hematológica en algunos casos que debe ser manejado estrictamente por el médico tratante. “Durante el tratamiento los pacientes requieren constante chequeo del oncogén BCR-ABL para verificar que la enfermedad esté controlada”.

  La alimentación es importante
Las personas que sufren de leucemia mieloide crónica deben consumir una alimentación balanceada que incluya todos los grupos alimenticios, comenta la especialista. Sin embargo, explica que “durante el tratamiento se contraindica el uso de toronja, fruta estrella y naranjas de sevilla, porque pueden tener interacción con los inhibidores de cinasa de tirosina. Igualmente debe evitarse el acetaminofén, debido a su riesgo de toxicidad hepática en estos pacientes”, indica Da Costa.

fuente y credito a lapatilla

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